martes, agosto 09, 2005
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La monotonía se siente cada vez más cercana.
Con el correr de los días, va aumentando la frecuencia con la que se hace notar.
La siento pasar, ir, venir, describir círculos a mi alrededor.
Me mira, me "estudia".
Va y viene, cada vez, en intervalos más breves.
Oscila, como un péndulo.
Corro el riesgo de que comience a sentirse demasiado cómoda conmigo.
Corro el riesgo de comenzar a sentirme demasiado cómoda con ella.
Corro el riesgo de comenzar a aceptarla, recibirla como algo familiar, habitual.
Quizás peor aún, corro el riesgo de comenzar a pensarla y sentirla propia, intrínseca, ¿genética?
Y mi gota cae, incansable, constante.
Como aquella otra, la irremediable, la implacable, la que a fuerza de repetir su monótona danza, horadaba la piedra. Aquella que significaba paciencia, constancia, empuje.
Y mi gota cae, incansable, constante.
Vacía de toda virtud, carente de significado alguno.
O quizás sí.
Y mi gota cae, incansable, constante.
Tal vez esperando a que detenga su monótona danza.
Desafiándome a que le de fin a su rítmico golpeteo.
Desafiándome a que le impida seguir horadando y haciendo estragos con mis ganas, con mi ánimo.
Desafiándome a que le ponga fin a esta monotonía.
Pero no puedo. ¿No quiero? No sé cómo.
Mientras tanto, ella sigue, cae, incansable, constante.
Destructiva.
Insisto: otra vez los planetas.